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portada Descargar ficha PDF Título: Creciente y Otras Narraciones, La
Autor: Armida de la Vara Precio: $140.00
Editorial: Bonilla Artigas Editores Año: 2013
Tema: Relatos, Literatura Mexicana, Novela Edición:
Sinopsis ISBN: 9786077588856
Hay escritores que nos producen un desasosiego al constatar el desinterés público por toda una obra dedicada a las letras, toda una vida en que la fuerza de una vocación se impone a las continuas desviaciones de una existencia constreñida por las costumbres -sobre todo en el caso de las mujeres que quieren cumplir con todos los papeles que la tradición les impone-, su legado no llega casi nunca al reconocimiento que en muchas ocasiones esa obra merece; tal es el caso de Armida de la Vara.
De alguna manera se trata de justificar este desinterés porque en la visión centralizadora de la cultura mexicana pareciera que los escritores que no hacen su carrera literaria en la ciudad de México carecen de importancia. Y esto se hace más evidente cuando éstos pertenecen a la zona llamada prejuiciadamente de "los bárbaros del norte". Han tenido tales escritores, sobre todo los que se quedan en el terruño, que luchar continuamente hasta que en el presente se ha reconocido una importancia tal como la de aquéllos que hacen su carrera en el centro del país.
Armida de la Vara es una escritora sonorense, que nace en un pueblo remoto llamado Opodepe, cuyos primeros trabajos son leídos y publicados en los pequeños círculos literarios de su tierra. Desde muy joven, y acuciada por un definitivo amor por las letras, sale del terruño, hace estudios normalísticos en Hermosillo; ella, junto con otras mujeres, la mayoría poetisas, lucha en un medio hostil por divulgar sus obras. Finalmente llega a la ciudad de México e ingresa a la Universidad Nacional, en el Colegio de Altos Estudios, donde sus compañeros Arturo Souto, Horacio López Suárez, y algún otro, la recuerdan como una joven estudiosa, muy seria, si bien su amplia sonrisa le otorgaba cierto encanto. Durante esos años, ella se apasiona por la literatura francesa y lee y escribe silenciosamente en una casa de asistencia donde residen jóvenes llegadas de la provincia decididas a triunfar.
Armida sigue escribiendo y conoce a un joven también provinciano, que empieza a destacar como renovador de los estudios históricos: Luis González y González. A ambos los une su amor por el terruño, por la historia, por la literatura y el trabajo. Uno podría decir que la nota inconfundible de la pareja es su pasión por el trabajo. Armida, en esos años, se empieza a inclinar por dos vertientes que serán definitivas en su vida: la labor editorial y un aparente abandono de su obra de creación. Y digo aparente porque, quitándole horas al sueño, al necesario descanso y la convivencia familiar, escribía. En los últimos años, ella me platicó cómo tenía cerca de la cama siempre algo donde apuntaba temas, personajes, percepciones, recuerdos, voces, y que hacía un pequeño apunte o una página para volver a ella algún día.
En 1971 conocí a Armida. Llegó a Difusión Cultural de la UNAM, y desde ese momento establecimos una muy buena relación por una serie de afinidades que nos permitieron establecer buenos lazos de amistad. Ella empezó como correctora de estilo de la revista Deslinde, que el Departamento de Humanidades, bajo la dirección de Abelardo Villegas, empezó a publicar, y desde ese momento dio muestras de su vocación y entrega para el trabajo. Tenía un ojo espléndido para detectar todo tipo de errores en los textos que se le entregaban para corrección. Fue tanta su habilidad para ese trabajo que, poco tiempo después, pasó a la corrección de la Revista de la Universidad. Pero aun en esos años de arduo trabajo todo un mundo de impresiones, de nuevos conocimientos, de personas o de ambientes germinaban en su interior, y fueron concretándose en los textos de creación que ahora conocemos: La creciente, El tornaviaje, Galeón que viene, galeón que va y una serie de breves narraciones que formaban parte de las lecturas de libros de texto gratuito y que aún se conservan en la memoria de los que fueron niños en aquellos años y leyeron muchos de los muy buenos relatos que Armida escribió.
Hace veinte años, si la memoria no me falla, se celebró en San José de Gracia el vigésimo quinto aniversario de Pueblo en vilo. A lo largo del primer día se señalaron las cualidades y valores, no sólo del mencionado libro, sino de la obra completa de Luis González en el campo de la microhistoria. Como siempre, la figura de Armida quedaba relegada a un segundo o un tercer plano. Y eso me provocaba angustia, y yo creo que ese sentimiento era compartido por otros asistentes, porque sabíamos del papel definitivo como colaboradora y correctora de la obra de Luis, como él muchas veces nos lo dijo. Pero ella valía como narradora por sus propios medios. A la mañana siguiente, a eso de las seis, alguien tocó a mi puerta y me pidió que escribiera un pequeño texto sobre Armida, y a mí, que siempre me había parecido una obra muy sugerente La creciente, así como los valores narrativos de Galeón que viene, galeón que va, acepté encantada.
Fue un texto escrito a vuela pluma, porque la sesión de trabajo empezaba a las nueve de la mañana, aunque mi lectura de La creciente de alguna manera no era tan lejana para que no recordara yo sus valores. Pero también había dos sentimientos de rebeldía que me impulsaban a escribir aquel ensayo: uno, que yo sabía que en un pequeño texto que el padre de Luis había hecho de parenteralia, el señor sólo había escrito un renglón acerca de Armida, y el otro, que ella siempre quiso regresar a Opodepe y encontrar a sus amigas, hasta había pensado con qué frase iba a empezar aquel encuentro: "¡Hola, chicas!", y ver y escuchar y sentir cómo las había tratado la vida. Hasta el último instante de su vida consciente ella quiso regresar a su tierra. Nunca se quejó de que no atendieran su deseo, pero estaba allí, lacerante, la nostalgia del terruño, tan distinto al florecido San José de Gracia, con sus árboles y sus colinas verdes, con los belenes, que podríamos decir que son las flores características de Michoacán, ornamentos de los jardincillos interiores. Recordando todo ello escribí un texto titulado Así que pasen los años, en el que imaginé algún descendiente de los González de la Vara que llegaba a la casa familiar, y que en la habitación de la entrada vería muchas fotos -que si nada ha cambiado todavía seguirán allí-, se preguntaría quién era esa joven de sonrisa franca, cabellos oscuros y mirada inteligente. Es la abuela Armida; era escritora. Tal vez no muy conocida, pero si lees sus libros, te gustarán por lo mucho que dicen sobre el amor, el trabajo, la nostalgia, sobre el terruño en que los esforzados abuelos, tíos, amigos, lucharon contra el desierto, las sequías y las inundaciones; contra el abandono y la pobreza; contra las guerras de religión, la corrupción, el desaliento que los obligaba a cruzar la frontera y olvidarse de México.
Muchas veces en La creciente, además de las voces narrativas, encarnadas en personajes o en un narrador omnisciente, también está la voz colectiva del pueblo. La agudeza y capacidad de introspección psicológica que hace Armida en algunos de los personajes, como el largo texto de la mujer que vive cerca del cementerio y que está envejeciendo, o el desesperanzado grito del que ha perdido a su amada. En Así que pasen los años señalé cómo la construcción de la nueva biblioteca de la casa de los González de la Vara, realizada por un soñador como Vico Ortiz, fue el lugar preferido de Armida. En aquel edificio singular ella podía soñar, imaginar toda una serie de mundos posibles a partir de la contemplación de lo cotidiano. Como algunos de los místicos españoles solía encontrar en los acontecimientos más modestos la presencia de la belleza, del amor o de Dios. Y eso le da una riqueza de excepción a muchos de los textos de Armida. Lástima es, lo pensé en aquel momento, y lo sigo pensando ahora, que un texto como Alina, publicado en 1972 en la Revista de la Universidad, no se haya reeditado, pues muestra a una narradora singular, que rompe con la visión convencional del amor y de la mujer, que de alguna manera siguiera los preceptos de La perfecta casada de fray Luis de León.
La reedición de dos de las obras importantes de Armida es un acto de justicia para la obra de una escritora con una voz única, porque combina sabiamente varios discursos y logra el enlace entre el discurso histórico, el de la oralidad y el letrado sin que se rompa la coherencia interna del parágrafo, le da un perfil específico a su estilo, lo que se hace evidente en su colaboración con Luis González en el libro de Pueblo en vilo.

ARMIDA, IN MEMORIAM Eugenia Revueltas 9
GALEÓN QUE VIENE, GALEÓN QUE VA 15
ALINA 99
LA CRECIENTE 113
DEL DESIERTO A LA PALABRA
(A MANERA DE EPÍLOGO) Rocío Maciel 187
CRONOLOGÍA 197
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Última actualización: Jul 2019