Los niños pensaban que el señor Franklin le faltaba un tornillo. Y que le iba a dar un infarto. Que iban a pasar viendo a aquel señor gordo como un tonel, calvo y chorreando agua que desafiaba la más terrible de las tormentas correteando detrás de una cometa. Pero Franklin era un experto en refranes y sabía que las apariencias engañan. O quizá hay que estar un poco loco para inventar el pararrayos, luchar contra la esclavitud y ser el más joven director de periódico del mundo.