La publicación de El arte de la fuga en 1996 produjo una suerte de terremoto en los medios literarios de México: de pronto estaba en las librerías un volumen excéntrico, experimental y complejo a más no poder, que además se vendía con la docilidad de una novela de aventuras (nadie que haya asistido a la Feria de Guadalajara de aquel año podrá olvidar el pasmo y hasta la angustia con que los editores observaban la velocidad a la que se agotaban las torres de ejemplares que salían todos los días a la venta). A partir de entonces, Sergio Pitol , el escritor más raro y cosmopolita de una generación de raros cosmopolitas -la de la Casa del lago- dejó las sombras encantadas de la literatura de culto para transformarse en el autor insignia de un país en fervorosa transición a modelos de vida más dúctiles y abiertos