Se acerca el año 2010. Se acercan, redondos y problemáticos, el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. ¿Qué hacer? ¿Cómo celebrar esas fechas? Mientras el Estado mexicano prepara ostentosamente sendas fiestas nacionales, este libro propone algo más modesto e inteligente: aprovechar la ocasión para repensar, de principio a fin, el país. Mejor todavía: practica justo lo que sugiere.
Controvertido y lapidario, pospone con mesura la celebración para preguntarse, mejor, si existe algo qué celebrar. Antes que elogiar esa compleja y tosca realidad llamada México, hace un alto y analiza: ¿de qué hablamos cuándo hablamos de la patria?, ¿cómo se construyó la imagen del país que ahora veneramos?, ¿cómo nos miran desde el extranjero?, ¿cómo miramos nosotros a nuestros vecinos?, ¿qué rasgos de nuestra identidad merecen ser conservados y qué otros transformados o, sencillamente, superados? Estamos ante un libro lúcido e iconoclasta que empuja los límites de la imaginación histórica que habitamos. Una celebración, sí, pero del pensamiento crítico.