Uno de los retos más importantes que ha enfrentado el liberalismo en la segunda mitad del siglo XX, es dar respuesta a las críticas que desde las perspectivas socialista y comunitarista se le han venido formulando. La defensa liberal de la separación entre el individuo y la sociedad, la escisión entre lo que el individuo quiere y considera bueno y los fines y valores que deben orientar su conducta, el silencio frente a los valores sociales y el universalismo en que se sostiene el liberalismo son entre otras, las razones que esgrimen sus críticos más radicales. En La Comunidad Liberal, el autor asume la tarea de responder a estas objeciones replanteando ciertos principios rectores del liberalismo; reivindicando la idea de comunidad como parte esencial de la vida social e invocando la influencia fundamental del ambiente en el que vive un individuo en sus escogencias éticas particulares.