Frente al evasivo sentido de la vida, solo resta asumir con valor y seriedad de una idea ética sobre la condición libre del ser humano y rechazar prima facie el poder más coercitivo que existe: el del Estado político. Pero esta decisión moral no es ingenua: se debe reconocer la situación contextual en que se vive, y, con ello, apostar por la educación moral y sentimental del ser humano para que, de esa manera, abandone la suave y segura condición a que ha sido sometido por el Estado y pueda recuperar su capacidad de responsabilidad frente a la injusticia y el mal.