La democracia puede considerarse a la vez como un régimen político y una forma de vida, cuyo propósito es responder satisfactoriamente a las aspiraciones tanto individuales como colectivas. En este sentido, se inserta la vida cultural de quienes la comparten para que éstos expresen sus preocupaciones y anhelos. Por eso, las instituciones que rigen nuestras comunidades deben buscar cómo coexistir con la creatividad y el genio cultural. De hecho, si hay un hiato entre la cultura y el régimen bajo el cual vive la población, esta fractura conducirá necesariamente a la sociedad hacia el fracaso en la búsqueda de sus objetivos.