Un hombre se propone la modesta tarea de dibujar su cara, quizá como una manera de eludir el choque frontal con los espejos. A lo largo de unos años va trazando concienzudamente, con pulso tembloroso y gesto concentrado, las líneas que lo configuran: sus impresiones, sus gustos, algunos versos sueltos, sus ideas y las que le sugieren los libros que lee y, sobre todo, anécdotas y, de vez en cuando, otras vivencias más íntimas, aquello que le ocurre y cree que entiende, aunque nada más escribirlo comienza a sospechar que no.