Durante la década de 1980 y al comienzo de los años noventa, un enorme procentaje de la producción mundial de cocaína estaba en manos de dos sindicatos delictivos colombianos: el cártel de Medellín, que presidía el despiadado Pablo Escobar Gaviria, y el cártel de Cali, una sofisticada estructura criminal dirigida por los implacables hermanos Rodríguez Orejuela.