A Enrique Guerra se le aparece el espíritu de Emilio Tuero para confirmarle que la vida no espera y no da segundas oportunidades, y que nada nos impide lanzarnos a inconcebibles aventuras... como de película. Tan claro es el mensaje, que empiezan a resultarle insoportables su redituable empleo, la dulce monotonía cotidiana, la soledad conyugal, y arroja todo paor la borda, se entrega a su pasión por el cine, y se enamora como adolescente.