Podría sospecharse que el pensamiento pragmatista está atado a un destino tan ineluctable como preciso. Concede tal sospecha, criatura que desde su nacimiento porta el saludable estigma de la revisión y la controversia y que más de un siglo después aviva fuertes pasiones intelectuales. Pero claro es que en tal destino no se tratará de seguir ciegamente arquetipo alguno, ni de los prefijados, ni de los antecedentes por ortodoxos. Se tratará de búsqueda, de compromisos entre el hacer y el pensar, de cambio, de institnto, de voluntad, de cooperación, de responsabilidad, de creación.
El pensamiento pragmatista parece pues, condenado a rehacerse, pensarse y proyectarse, exijido como está por una lógica interna que lo obliga a ser y crecer en cinjunción con la vida nuestra, la de la humanidad, la del aquí y ahora y la que vendrá.